Carolina y Enrique acaban de contraer matrimonio, una ceremonia muy
bella donde los padres de ambos los sorprendieron regalándoles un viaje a las
montañas de Chiapas ya que ambos amaban el paisaje, se hospedarían en cabañas
rusticas cerca de un gran lago de belleza majestuosas y a 12 kilómetros de
kulum bajac, el poblado más cercano, pues querían tener paz y tranquilidad
durante la semana que duraría su estancia en las montañas. Dos días después de
la boda toda estaba listo para su luna de miel, con gran alegría se despidieron
de sus respectivos padres y suegros y marcharon su destino.
Llegaron en 5 horas y desde que pusieron un pie en el lugar se quedaron
enamorados de él, era mágico y misterioso y a la vez hermoso y especial, el
lago de color azul turquesa tenía aguas tranquilas como para dar un romántico
paseo en lancha, el bosque era espeso y algo tenebroso por las noches pero
durante el día era ideal para una excursión o un día de campo, el lugar donde
se quedarían consistía en dos cabañas unidas por un pequeño corredor, toda la
construcción era de ladrillos al estilo rustico con techo de tejas. Lo más
vistoso del lugar era que en medio de las cabañas había un gran pino tan grande
que su sombra se proyectaba en el lago.
Los primeros tres días todo marcho de maravilla la parea pasaba su luna
de miel de la manera más romántica posible, con paseos en el lago o largas
caminatas en el bosque, siempre culminando en la entrega total de los dos. Al
cuarto día se percataron que habían olvidado comprar más provisiones pues se
estaban quedando sin alimento Enrique tuvo que salir con su viejo Volkswagen
rumbo al pueblo más cercano por alimentos, Carolina era algo miedosa con las
personas de por ahí por lo que le pidió que la llevara y al final ambos
terminaron yendo al pueblo. De regreso a casa pasaron a comer cerca de un
arroyo y se les hizo algo tarde pues llegaron justo para contemplar el
crepúsculo.
Cuando la pareja descendió del auto se toparon con un extraño jinete que
los esperaba debajo de aquel gran pino, lo extraño era que por la región no se
encontraban ranchos o fincas cercanas, el jinete descendió de su caballo que
resultaba ser de un color negro hermoso, se dirigió a la pareja con un paso
algo parsimonioso pero seguro, se colocó justo delante de Enrique y con una
gruesa voz le digo –que hacen tan tarde fuera de casa muchachos, por estos
lugares el mal se avecina al caer la tarde- Enrique le contesto –el mal se
encuentra dentro de uno mismo, si se refiere a fantasmas y aparecidos creo que
le temo más a los vivos que a los muertos- el extraño jinete solo sonrió, con
una dentadura muy blanca en la cual se podía notar dos colmillos algo largos.
El extraño personaje nuevamente se dirigió a la pareja y les dijo, que aunque
no creyeran no deberían salir durante la tarde pues podría enojar a los
espíritus del bosque, esta vez no espero que le contestasen, pues con la misma
lentitud con la que había llegado, camino de vuelta hacia su caballo, subió a
él y se marchó a todo galope. La pareja se quedó algo admirada por lo sucedido
pero llegaron a la conclusión de que era algún loco que les quería jugar una
broma o algo así. Así que sin darle más vueltas al asunto se dispusieron a
dormir pues el viaje de ese día los había dejado muy agotados.
Justo cuando el reloj marcaba la media noche comenzaron a suceder cosas
extrañas en la casa y a sus alrededores, el viento soplaba como si de una
tormenta se tratase y las ventanas se abrieron por la fuerza de este, Enrique
se despertó rápidamente y comenzó a cerrar las ventanas como podía pues se
encontraban en completa oscuridad, posiblemente el ventarrón había interferido
en la distribución de la luz eléctrica, que les proporcionaba una pequeña
planta eléctrica alimentada con gasolina. Incluso al intentar iluminarse con
velas estas se apagaban por el clima tan tormentoso. Cuando Carolina se
disponía a cerrar las últimas ventanas que eran las de la cocina y que daban
una vista directa al lago se percató de la presencia de un extraño conocido.
El jinete que horas antes les había hablado se encontraba nuevamente
debajo del gran pino a unos metros de la cabaña, este le sonrió a Carolina
dejando ver sus blancos dientes y con dos grandes caninos que en esta ocasión
si se notaban muy bien. La joven se quedó viendo perdidamente aquella
enigmática sonrisa y cuando Enrique llego a su lado salió de su transe solo
para contemplar una escena algo más escalofriante, los ojos del jinete se
iluminaron de un rojo penetrante que les recordaba a un hierro al rojo vivo y
en ese momento la tempestad se detuvo, el caballo relincho agitado y comenzó a
galopar hacia el espeso bosque…
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