Esta historia le sucedió a un tío en sus
tiempos de juventud y mi papá fue quien me la contó.
Esta historia sucedió hace muchos años, en Ocozocoautla Chiapas, más conocido como “coita”. Mi tío fue como músico a una fiesta, ya que el tocaba la marimba, como es costumbre la fiesta se prolongó hasta la madrugada casi a las 2 o 3 de la mañana, y fue cuando mi tío, terminó sus servicios como músico y decidió marcharse a su casa, esta quedaba como a 4 cuadras del parque central y para llegar al parque tenía que caminar unas 6 cuadras, por lo que decidió apretar el paso, aunque le era difícil pues llevaba a cuestas una marimba pequeña, la que usaba para tocar en los bailes o en las fiestas, como la de aquel día.
Cuando se aproximaba al parque sintió un escalofrió que le erizo todos los pelos, pero, pensó que era el frio de la mañana y no le dio mucha importancia. En el parque, como era de esperarse, no había nadie, después de pasar por ahí, bajó una cuadra para poder topar con la calle que lo llevaría a su casa si la caminaba por 4 cuadras rectas y siguió su camino con paso presuroso.
Al llegar a una esquina, pudo apreciar que un bulto venía detrás de él, pues tuvo que mirar hacia atrás, porque una de las baquetas de la marimba se había caído. Como tardó en recoger la baqueta y volver a cargar la marimba, la figura que observó, se acercó más y vio que se trataba del cadejo, pues era un perro negro, como la noche, que apenas se distinguía gracias a la tenue luz de los faroles de las casas de aquella época, también pudo apreciar que tenía una especie de pesuñas como de cabra y lo que más llamó su atención fue el color de sus ojos, que era parecido al del metal en fundición.
Como este ser se aproximaba más, se acordó de lo que su abuela le platicó cuando era pequeño y que muchas personas mayores contaban, esto era que si se topaban con el cadejo no hay que darle la espalda o se robaría el alma de las personas que lo hicieran, esperó entonces a que aquel ser pasara junto a él, para seguir su marcha y cuando estuvo cerca de él, sintió que despedía un olor a azufre, que le causaba nauseas con solo olerlo.
Al par de aquel diabólico perro, siguió su marcha tratando de no darle la espalda ni de adelantarlo pues le podía arrancar el alma, caminando con la espalda hacia las casas y la vista hacia el camino llegó a su hogar en donde ya lo esperaban, pues su madre, que en aquel entonces vivía, tuvo un mal sueño y se despertó con una angustia por su hijo, por eso ya lo estaba esperando mientras los perros de algunas casas vecinas no paraban de ladrar.
Esta historia sucedió hace muchos años, en Ocozocoautla Chiapas, más conocido como “coita”. Mi tío fue como músico a una fiesta, ya que el tocaba la marimba, como es costumbre la fiesta se prolongó hasta la madrugada casi a las 2 o 3 de la mañana, y fue cuando mi tío, terminó sus servicios como músico y decidió marcharse a su casa, esta quedaba como a 4 cuadras del parque central y para llegar al parque tenía que caminar unas 6 cuadras, por lo que decidió apretar el paso, aunque le era difícil pues llevaba a cuestas una marimba pequeña, la que usaba para tocar en los bailes o en las fiestas, como la de aquel día.
Cuando se aproximaba al parque sintió un escalofrió que le erizo todos los pelos, pero, pensó que era el frio de la mañana y no le dio mucha importancia. En el parque, como era de esperarse, no había nadie, después de pasar por ahí, bajó una cuadra para poder topar con la calle que lo llevaría a su casa si la caminaba por 4 cuadras rectas y siguió su camino con paso presuroso.
Al llegar a una esquina, pudo apreciar que un bulto venía detrás de él, pues tuvo que mirar hacia atrás, porque una de las baquetas de la marimba se había caído. Como tardó en recoger la baqueta y volver a cargar la marimba, la figura que observó, se acercó más y vio que se trataba del cadejo, pues era un perro negro, como la noche, que apenas se distinguía gracias a la tenue luz de los faroles de las casas de aquella época, también pudo apreciar que tenía una especie de pesuñas como de cabra y lo que más llamó su atención fue el color de sus ojos, que era parecido al del metal en fundición.
Como este ser se aproximaba más, se acordó de lo que su abuela le platicó cuando era pequeño y que muchas personas mayores contaban, esto era que si se topaban con el cadejo no hay que darle la espalda o se robaría el alma de las personas que lo hicieran, esperó entonces a que aquel ser pasara junto a él, para seguir su marcha y cuando estuvo cerca de él, sintió que despedía un olor a azufre, que le causaba nauseas con solo olerlo.
Al par de aquel diabólico perro, siguió su marcha tratando de no darle la espalda ni de adelantarlo pues le podía arrancar el alma, caminando con la espalda hacia las casas y la vista hacia el camino llegó a su hogar en donde ya lo esperaban, pues su madre, que en aquel entonces vivía, tuvo un mal sueño y se despertó con una angustia por su hijo, por eso ya lo estaba esperando mientras los perros de algunas casas vecinas no paraban de ladrar.
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