En tiempos de la
santa inquisición, muchos inocentes acusados de brujos fueron sentenciados a
muerte, antes de esto se les torturaba de las formas más horribles para
sacarles las confesiones que los llevarían a ser excomulgados y después al más
allá. En una ocasión un indio acusado de chaman fue llevado a juicio y después
de declararlo culpable fue sentenciado a morir. Fue atado a cadenas y arrojado
a un rio profundo que se encontraba cerca de la ciudad.
Muchas décadas
después aquel río fue desviado para crear una presa y en el monasterio
abandonado que estaba cerca, se inauguró un museo que tenía en exhibición
muchas cosas de la época colonial. En este había un pabellón especial dedicado
a la santa inquisición, en donde se exponían diversos objetos de tortura y un
esqueleto encontrado en el lugar, este tenía cadenas en el cráneo, las
extremidades y el tórax. Como el museo guardaba objetos de alto valor histórico
se contrató un guardia nocturno, quien se llamaba Enrique, este llegó a su
nuevo empleo temprano y el director le dio las indicaciones para su trabajo, el
cual consistía en la seguridad nocturna del lugar, desde las 7 de la tarde
hasta 6 de la mañana.
Enrique comenzó
a hacer su rondín por eso de las diez de la noche, estuvo caminando a través de
los pasillos y corredores del viejo monasterio, cuando llegó a la sala de la
inquisición, él se impactó al ver aquello, pues nunca había sabido de eso y se
puso a leer las notas de cada objeto que estaba expuesto en la sala. Por
último, se acercó a la vitrina que coronaba la sala situada en medio de esta y
leyó la ficha, la cual decía: Se cree que el cuerpo aquí expuesto fue de un
hombre desafortunadamente acusado de brujería y sentenciado a morir ahogado en
el río que está junto al monasterio. Después sé quedó apreciando el cuerpo casi
momificado del supuesto brujo y a continuación se fue a continuar su rondín.
Al regresar de
su vuelta se topó con una escena que le provoco un infarto, pues justo en donde
estaba el pabellón de la inquisición, se encontraba de pie un fantasma
encadenado al cual solo se le veían los ojos rojos, Enrique caminó como pudo al
cuarto de la última exhibición y allí cayó rendido por el intenso dolor que le
causaba el fallo de su corazón. A la mañana siguiente, el director del museo
junto con otros empleados, encontraron el cuerpo sin vida de Enrique que yacía
en posición fetal y con el rostro avanzado en putrefacción, como si ya hubiera
pasado mucho tiempo desde su muerte.
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